Travesía cara norte y oeste del Teide.
Invierno de 1979
Realizada por: Federico Aguilera y Antonio R. Villar
Las sombras se van adueñando de las zonas costeras de la isla. Los valles ya están sumidos en la oscuridad. Frente a nosotros la Fortaleza aparece bañada en un tono rojizo intenso y arriba muy alto los últimos rayos de Sol acarician lentamente la cumbre del Teide.
Contemplando este juego de luz y color nos envuelve la oscuridad. El frio se deja sentir rápidamente y volvemos a la cueva donde pasamos la noche. Nos sentimos realmente insignificantes al pie de la de esta impresionante cara norte.
Cenamos y a las nueve ya estamos en los sacos. Fede se duerme enseguida, pero para mí no es tan fácil. Es temprano, encuentro incomodo el saco y además estamos sobre un terreno con ligera pendiente. A lo anterior se le une una serie de dudas sobre la ascensión. ¿Hará bastante frio para para mantener la nieve en buenas condiciones? ¿Seremos capaces de dominar la tensión nerviosa durante los mil y pico de metros de corredor, estando continuamente expuestos a un resbalón o a una caída de piedras?
Finalmente, el sueño llega y hay que aprovecharlo pues a las tres quince ya estamos de nuevo en pie. –Ay que salir temprano para que cuando el Sol comience a calentar las zonas altas del corredor estemos ya fuera del mismo y así reducir al máximo la posibilidad de tener un percance. Preparamos un buen desayuno a base de leche con copos de avena, galletas, chocolate y nos metemos en los bolsillos unos puñados de almendra y pasas. Sabemos que durante la ascensión no sentiremos ganas de comer, pero el desgaste es grande y hay que continuar tomando alimentos ricos en calorías.
Hacer las mochilas es un ritual que nos es muy familiar, y lo ejecutamos mecánicamente.
A las cuatro dejamos la cueva y nos dirigimos a la base del corredor. La noche es hermosa, muy estrellada y no hay Luna, reina la oscuridad mas absoluta. Media hora más tarde alcanzamos su comienzo, la nieve esta helada y nos calzamos los crampones, nos encordamos e iniciamos la ascensión. Ganamos altura rápidamente gracias a la inclinación de la pendiente, unos treinta y cinco grados y poco a poco van apareciendo bajo nosotros las tintineantes luces de Icod, la Orotava etc. Incluso a veces las nubes nos permiten ver las del aeropuerto.
Nuestras linternas frontales nos permiten guiarnos en esta noche tan oscura. Pronto una deja de funcionar y al no poder arreglarla continuamos con solo una. El amanecer nos encuentra en las últimas pendientes de salida. La nieve helada va dando paso al hielo y esto hace más delicado el ascenso pues apenas muerden las puntas de los crampones.
Finalmente, a las ocho y media estamos fuera de la pendiente, buscamos un rellano sin nieve y con sol, ya que sentimos frio. Fundimos nieve en la cocina y nos tomamos un té con galletas.
Estamos satisfecho, pues apenas hemos tardado cuatro horas en salvar un desnivel de más de mil metros, es el horario más rápido que he hecho hasta ahora. Estamos en buena forma y tras un descanso nos decidimos por flanquear la cara norte por encima de los tres mil metros hasta alcanzar Pico Viejo.
Es una travesía que había deseado realizar varias veces pero que siempre posponía para mejor ocasión.
La travesía se hace delicada, pues hay hielo duro y exige una constante atención debido al continuo atravesar de canales donde hay cambios en la capa que cubre estas coladas. En cualquier caso, es un recorrido de una belleza incomparable. A poco de dirigirnos hacia el Oeste, alcanzamos el Bastión, que es un inmenso triangulo invertido, sin coladas de lavas y con una fuerte pendiente en su parte más alta.
Desde aquí el panorama es impresionante nuestros ojos alcanzan desde Anaga hasta Teno, el tiempo es magnífico y solo está nublado por el Suroeste. Realizamos algunas fotos y continuamos atravesando pequeños corredores. Poco a poco entramos en la cara Oeste del Teide, ante nosotros solo se ve un mar interminable de barranquillos y canales, todos con una pendiente muy pronunciada y de nuevo la nieve dura da paso al hielo.
Los crampones muerden poco, el equilibrio es precario y por este motivo nos vemos sometidos a una gran tensión, ya que cualquier paso mal dado hace que nuestros crampones reboten y una vez perdido el equilibrio la caída seria irremediable siendo muy difícil detenerse. En un momento dado que el hielo presenta tan malas condiciones que optamos por perder altura y así alcanzar un estrechamiento por donde será más fácil cruzar.
A medida que avanzamos y la tarde va entrando, el hielo mejora y avanzamos con más rapidez. Algo que nos ha sorprendido es la gran cantidad de grietas que surcan la pendiente, algunas de las cuales alcanzan el metro de profundidad y los treinta centímetros de ancho, dejando traslucir el azul verdoso del hielo. Es medio día cuando divisamos Pico Viejo, su aspecto es majestuoso a la vez que salvaje. A pesar del calor, la nieve no se ha reblandecido e iniciamos el descenso y aproximadamente a las quince y treinta alcanzamos el collado de Pico Viejo,
Estamos muy cansados y lo primero que hacemos es fundir nieve con la cocinilla y formar con la tienda de vivac un pequeño refugio que nos proteja del fuerte Sol. Comemos con abundancia y bebemos infusiones una tras otra. Hace doce horas que iniciamos la actividad y tan solo hemos parado media hora al salir del corredor y nuestros cuerpos acusan el esfuerzo y la falta de líquido.
Una pequeña siesta nos devuelve el ánimo y decidimos acercarnos hasta el borde del cráter para ver el estado de las paredes interiores, antes de que sea de oscurezca y buscar un lugar que esté protegido del viento, para pasar la noche. No es fácil encontrar un sitio llano y tenemos que emplear los piolets para aplanar una pequeña pendiente que se convertirá en nuestro refugio para la noche.
Son las seis cuando anochece y la temperatura desciende con rapidez por lo que nos metemos en los sacos y comenzamos a preparar la cena. En el muro de nieve que nos protege excavamos una pequeña oquedad donde colocamos la cocinilla para que esté protegida del viento. Sopa de tomate, arenques ahumados, quesitos, galletas y te será nuestra cena, para las siete ya estamos dormidos. Doce horas después cuando nos dan los primeros rayos de Sol nos animamos a dejar los sacos, eso sí, después de haber desayunado.
Tenemos que calentar un poco las botas pues están rígidas y no logramos meter los pies y así después de dejarlas al Sol un buen rato podemos calzárnoslas. Una vez puestos los crampones nos dirigimos al interior de Pico Viejo. No llevamos mochila, solo la cuerda, los piolets y algunos mosquetones y clavijas para el hielo y roca. Por una bonita pendiente alcanzamos el llano fondo del cráter y nos dirigimos a la ladera que forma el cráter por el Sur, cerca de las paredes rocosa. Nos encordamos, al principio la pendiente es pequeña, pero a medida que ascendemos aumenta y el hielo se vuelve más duro. La ascensión se está convirtiendo en un entrenamiento estupendo y entretenida a la vez.
Alcanzamos el borde del cráter. Descendemos de nuevo al interior y nos dirigimos a una arista de hielo que se eleva desde el fondo hasta la mitad de la pared Norte, flanqueamos por la izquierda y nos situamos en una canal orientada hacia el sur. El brillo del hielo nos avisa de la dificultad que nos puede presentar. En efecto, los crampones muerden poco y nos vemos obligados a tallar algunos escalones.
Como antes, el mayor problema es el embudo final donde el hielo está cubierto por una espesa capa de nieve polvo y la seguridad es escasa. Así alcanzamos otra vez el borde. Ya es medio día y optamos por volver al vivac donde tras reponer fuerzas, emprendemos el descenso. optamos por flanquear la cara norte de Pico Viejo hasta alcanzar la Brecha desde la cual nos dirigimos hacia Cuevas Negras en nuestro camino a la carretera de Boca Tauce-Chio.
Una vez alcanzamos el asfalto solo nos queda esperar que nos recojan, dejando tras de nosotros unos hermosos días vividos en un incomparable marco.