Espolón de los Franceses.
Un vaporoso velo de niebla se disipa con los primeros rayos de Sol, dejando al descubierto los más recónditos secretos de las murallas calizas que forman el semicírculo de Peña Remoña, -hace un buen rato que estamos fuera de la tienda-. Después de la escalada de ayer al Valdecoro y la charla hasta tarde con unos madrileños ha sido suficiente para que hayamos dormido de un tirón, sin enterarnos del duro suelo.
Desayunamos, cerramos la tienda y cogemos las mochilas que hemos preparado la tarde anterior y nos dirigimos al teleférico que ha de subirnos a la estación superior y desde allí alcanzar el espolón de los franceses a Peña Vieja. Aun el rocío de la mañana moja nuestras zapatillas.
Tan pronto llegamos, se nos va la moral al suelo, esto es cabreante, todavía falta media hora para que abran y ya hay una larga cola de “domingueros” que apretujándose hacen los más disparatados comentarios.
Apenas vemos a nadie con mochila, solo unos madriles con los que estuvimos anoche y un grupo de clásicos franchutes. Resignación y aguantarse. Después de una pequeña disputa con un aspirante al infarto llegamos a entrar en la cabina. Un rápido viaje suspendido sobre un vacío de más de quinientos metros, la cabina nos deposita en la estación superior.
Con rapidez. Como si tuviéramos prisa tomamos la pista que lleva al Puerto de Áliva, después de un pequeño despiste nos encontramos en la vertiente este de Peña Vieja, al pie del Espolón, en el cual hemos puesto nuestra ilusión el día de hoy.
El ambiente que nos rodea es muy grato. Sobre nosotros al oeste los intrincados murallones de Peña Vieja, un verdadero laberinto de canales y espolones, en el lado opuesto, la magnífica vega del Puerto de Áliva con su chalet Real muy próximo, rodeado de un enjambre de pequeñas tiendas de montaña, salpicada por rebaños de vacas y caballos semisalvajes que pastan tranquilamente su verde alfombra.
Es alga tarde ya para meternos en la pared (12 horas), pues no la conocemos, pero así y todo preparamos el material y escondemos el resto bajo unas piedras. Cuando nos acercamos a la base distinguimos a dos cordadas a unos 200 metros por encima de nosotros.
Nos encordamos y emprendemos la escalada a la par, pues el terreno es bastante fácil, una travesía a la izquierda nos advierte que hay que escalar. Ya estamos bastante alto en pocos minutos, al pie de una especie de diedro muy marcado. El primer largo lo atacamos por el fondo del mismo, con algunos pasos delicados pero bonitos. Así después de cuatro largos nos encontramos dando una fácil travesía hacia la derecha para alcanzar el pie del propiamente dicho Espolón.
Aquí parece que se pone más vertical pero las dificultades siguen siendo mínimas. Vemos a lo alto las otras cordadas evolucionando por el filo del Espolón, pensamos que estamos seguros de posibles caídas de piedras, pues estas caerán a ambos lados. Unas veces por canales otras por placas y fisuras, ya sea por el filo del Espolón o rodeándolo por derecha o izquierda vamos ganando rápidamente altura. Apenas colocamos seguros ya que no son necesarios pues las dificultades se mantienen más bien bajas y además de vez en cuando los encontramos puestos, en cuanto a las reuniones quedan muy bien con fisureros.
El tiempo va transcurriendo y nos tomamos la escalada con mucha tranquilidad, hablando y contemplando la grandiosidad de los Picos de Europa, a nuestros pies el chalet y las tiendas parecen sacadas de un belén. Hacia el Norte se deja adivinar el Cantábrico que nos recuerda a cuando estamos escalando en las Cañadas. Pienso en nuestros amigos que estarán esperando noticias nuestras y me gustarían que estuvieran aquí. Con todos estos devaneos nos embarcamos en un paso y nos salimos de la vía, es en realidad el único paso que se puede decir que sea comprometido.
Siempre con la misma tónica, se va acabando el Espolón para desaparecer al pie de un gran gendarme el cual rodeamos por la derecha y por un terreno fácil alcanzamos la bella pero larga arista que nos lleva a la cumbre. La roca en toda la arista está muy meteorizada y muchas ruedan bajo nuestros pies. Peña Vieja es sin duda algo más que una montaña, su grandiosidad la hace un mundo en el cual uno, se siente arrancado de la vida cotidiana para formar parte por unas horas de la vida misma de la montaña con la cual compartimos todos nuestros temores e ilusiones, sintiendo que aquí arriba, el espíritu se encuentra en la más completa libertad, pudiendo vagar por los más recónditos y secretos lugares de uno mismo,
Unos gritos nos saludan desde la cumbre y después de unos cuantos rodeos y destrepes, pisamos la pedrera de la cumbre. Es un gran alivio desencordarse y quitarse los “pies de gato” dejando al aire los martirizados pies. La cima está formada por una larga arista con orientación Norte-Sur lo cual le da un aspecto de esbeltez.
Son las cinco de la tarde, devoramos las pasas y almendras que junto a la leche condensada se hace una pasta un tanto rara. Después de un corto descanso. Recogemos el material y nos zambullimos en la pendiente en busca del collado de la Canalona y regresar a Áliva para dar por finalizada una hermosa jornada.